Hace unas semanas Canal Sur tributaba un homenaje a Mª Josefa Español a la que en Villanueva del Duque se conoce cariñosamente como “La Sabia”, en ese programa su familia le realiza un merecido reconocimiento, a escasos meses se cumplir los 100 años.
Mª Josefa nació el 19 de agosto de 1909, conserva una lucidez maravillosa, compone pequeños poemas y versos que cita de carrerilla, tiene el don de las cabañuelas y es conocida por curar, entre otros, el mal de ojo y las “culebrillas”.
Su vida es todo un ejemplo de sacrificio y superación, desde la muerte de su madre al nacer ella, pasando por una dura infancia de trabajo ayudando en el campo y el cuidado de los animales, y por la perdida de su marido y uno de sus hijos, toda una vida de trabajo, dedicada a sacar adelante a su familia, en definitiva “Una vida ejemplar”.
En “El Viento Derruido” el gran libro de Alejandro López Andrada en el cual las personas más sencillas y humildes son protagonistas, hay un capítulo entero dedicado a ella, Alejandro lo titula “La Voz de la Lluvia” y nadie como él sabe recrear la vida de Mª Josefa, desde ese entorno misterioso y mágico al que parece pertenecer.
“Mª Josefa Español es en estos momentos, una especia de médium que me comunica con lo perdido. Yo le digo que me hable, que me cuente hermosas historias que ella conoció cuando yo ni siquiera había nacido y era el mundo rural una fusión de hierba y cal, un abrazo de casas de adobe y de colinas, un camino profundo que se alimentaba del silencio y del crujido anónimo de los carros que cruzaban los campos lentamente hacía la sierra. Mª Josefa pisó muchos caminos y holló con sus pies descalzos campos rudos para llegar a entender una realidad, demasiado áspera y bronca, pero dulce por su modo de uncirse a la madre Naturaleza. Ella lo aprendió todo siendo niña, y hoy, además de leer la piel de las nubes y adivinar el rastro de las tormentas, sabe también deshacer el mal de ojo y sanar y rezar, como nadie, las culebrillas: un herpes agresivo que traza líneas por la piel y que si acaba juntando los extremos (la cola, o el rabo, con la punta de la cabeza), según escuché en mi infancia decir a un anciano, puede suponer la muerte del enfermo, aunque yo no conozca ni un caso en ese sentido […]
Mª Josefa a mi lado sigue hablando, y en su voz de lluvia no se agotan los recuerdos. Se parece físicamente a Chavela Vargas: el mismo cabello, la piel arrugada por la ternura, los ojos profundos y dulces como almendras bañadas por un licor de caramelo. Y uno ve paradójicamente, en la suave dulzura que baña sus ojos una sobria fortaleza que desconcierta, a veces, a quien la mira, pues no es nada fácil hallar en un rostro así una expresión tan armónica y equilibrada, esa mezcla de paz, de rudeza, de serenidad, de dolor y de alegría, que vemos en María Josefa cuando hablamos con ella largamente, sin cansarnos […]
Cualquiera que la haya conocido, toda persona que haya tratado a esta mujer, nunca podrá olvidar su naturalidad, su campechanía, su aire misterioso, su infinita dulzura, su calidez humana; ella porta en su voz, además, enhebrada de lluvia, la sabiduría ancestral de un mundo perdido, de una cultura lejana, derruida, de la que ella es, quizá sin saberlo, el eslabón último, la señal y la huella que aún quedan sin borrar en un camino cubierto por la bruma, por la espesura informe del olvido y la corteza sombría del silencio.”
villanuevadelduque.com, texto en negrita extraído de «El Viento Derruido» de Alejandro López Andrada
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