Eugenio Muñoz Díaz (1885-1936), conocido como Eugenio Noel, ha pasado a la Historia como el escritor antiflamenquista y antitaurino por antonomasia. Poca justicia se le hace con ello. Aquel escrito bohemio, pobre hasta la miseria, al que admiraban los jóvenes escritores de principios del siglo XX, hasta el punto de, mitad en broma, mitad con respeto reverencial, llamarle “Ortega y Gasset y Noel”, escapa por calidad literaria y empeño apostólico a tan simple definición. Digo apostólico pues él mismo consideraba su labor como apostólica, una labor que no era otra que la de denunciar el atraso perenne de España, el atraso ideológico, continuando la labor de Joaquín Costa, el gran regenaracionista español, al que Noel, admiró y lloró.
Noel creyó ver concentrados los males de aquella España atrasada, de labradores analfabetos y caciques que deshacían a su antojo, en el flamenco y en las corridas de toros. En realidad, eran solo dos excusas para remover las conciencias, agitar el abotargamiento mental de la nación -¿seguimos igual?-, y denunciar los mil y un males del país, desde la locura de la guerra africana, en la que, por cierto, luchó y recibió balazo mi abuelo Doroteo, el de la calle de la Ronda de Villanueva del Duque,- hasta la ineptitud de los gobiernos y la decrepitud de un partido republicano en el que él mismo un día depositó sus esperanzas. Noel escribió alguno de los libros más irreverentes, y para colmo de excelsa calidad literaria, que se han escrito en este país. Tenemos la suerte de que muchos se están reeditando ahora, algunos, como su “Diario íntimo” (2013) que sirve de base a este escrito, por la editorial cordobesa Berenice. No quiero extenderme más en este asunto y sí volver a su faceta de apostolado antiflamenquista, entendiéndose este término, ya se ha dicho, como amalgama de los males de una España rancia, casposa y retrógrada.
Noel, ante su precaria situación económica en la capital, donde cada vez eran rechazados sus artículos en más periódicos y sus libros en más editoriales, abandonaba periódicamente Madrid para recorrer España dando conferencias de pago sobre su “apostolado” regeneracionista, antiflamenquista y antitaurino. ¡Él, que de niño soñó con ser torero y no perdía ocasión de lucirse en la barrera de la Plaza de Toros de Las Ventas! Pocas ciudades y pocos pueblos de España se libraron de Noel, que llegó a ser tan conocido como el torero Joselito, y del que se llegó a decir que “se le odia más que se le lee”. Odio y amor despertaba allí donde iba, con su cada vez peor aspecto, desaliñado, sucio en ocasiones por falta de dinero para comprarse ropa, rechazado por los caciques del lugar en otras, lamentándose de su suerte y de su país.
En uno de aquellos viajes en busca de algunos duros para mantenerse a sí mismo y a su familia llegó a Villanueva del Duque. Lo cuenta en su ya señalado “Diario íntimo”. Llegó con la intención de dar alguna conferencia, naturalmente de pago, en el sentido de que cada oyente debía pagarse su propia entrada. Ése era su sistema, llegaba al lugar, precedido por su fama de agitador, llamémoslo político, buscaba mecenas o en último caso él mismo alquilaba un local o se ofrecía a los círculos obreros, los casinos, los círculos mercantiles… y esperaba a que la gente acudiese. Y la gente acudía en masa, pagaba religiosamente su entrada y escuchaba entusiasmada a un “intelectual” que venía desde Madrid, al gran Noel, al “más grande escritor de España”, al “único que merece la pena leer”. Daba igual que hablase contra la Iglesia, allí acudían los sacerdotes, contra la guerra, allí estaban los mandos militares, o contra el caciquismo, allí estaba el cacique de turno. Incluso daba igual que hablase contra los toros, allí estaban, como ocurrió en Córdoba capital, los toreros (a su conferencia cordobesa acudió por ejemplo Manolete padre, también torero).
No sabemos quién acudió a escuchar a Noel en Villanueva del Duque, pues su crónica al respecto es brevísima. Noel viene de hacer campaña en Extremadura y llega a Villanueva del Duque tras “seis horas de coche con un mulo lentísimo”. A continuación, escribe en su diario “La tarde del 10 [de junio de 1920] en Villanueva del Duque, donde hablo en el Círculo Liberal”. Eso es todo. Parece que uno, como villaduqueño, se sentiría frustrado por su escueta crónica, mas si se tiene en cuenta sus frecuentes crudos comentarios sobre otros pueblos que visita, quizá haya sido lo mejor para nosotros los cuervos. Téngase en cuenta que este diario íntimo parecía más bien destinado a un uso privado, es por ello que Noel arremete contra su propia mala suerte o mala vida y contra todo aquello que considera que debe ser criticado sin miramientos. Por eso, cuando dos días después habla en Villanueva de Córdoba, no se priva de escribir sus pensamientos sobre la localidad: “hablo en el círculo liberal y en la Peña Escolar. Conflicto con un imbécil de la Guardia Civil. Los jóvenes de siempre y el afecto de simpatía que produzco en estos pueblos ricos, pero muertos.” Ricos, pero muertos, dice, sin que sepamos exactamente dónde creía él ver la riqueza del lugar, si en las tierras o en las gentes.
Peor aún le fue a Noel en Pozoblanco. Como él mismo escribió, “En Pozoblanco, un pozo… negro. Al llegar (fecha no especificada, mayo 1919), el alcalde le dio la orden “de abandonar el pueblo inmediatamente”, aunque él se niega a obedecerle. Debe tenerse en cuenta la época, en la que un alcalde actuaba muchas veces de modo caciquil o dictatorial en base a su propio interés, y a Noel la fama subversiva le precedía. Claro que cualquier excusa era buena para imponer el mando y ordeno de la autoridad pues “el capitán del Ejército destacado aquí, con motivo de la revolución agraria andaluza, me ordena me constituya en prisión en la fonda misma, amenazándome con un Consejo de Guerra. Impresión en el pueblo y asco enorme en mi alma.” Noel, aunque detenido, no se priva de decirle su opinión a esa España que se resiste a los nuevos tiempos y relata que le “prohiben todas las conferencias, y dándome el gustazo de llamarlos lo que son, el capitán y el alcalde, abandono el pueblo y la provincia…”. Al año siguiente, volvería a intentar dar, infructuosamente, una conferencia en Pozoblanco. No volvió jamás, y Pozoblanco se quedó sin escuchar al tantas veces denostado escritor.
El otro pueblo que visitaría Noel durante su periplo por Los Pedroches sería Hinojosa del Duque, (fecha no especificada, junio o julio de 1920) del que escribiría. “¡Oh, estos pueblos aislados, ricos, incultos, en los que solo hay de moderno el cambio de los viejos retablos por otros nuevos indignos, regalo de damas ricachas e ignaras!” En Hinojosa hablaría en el Casino Conservador, en el Liberal y en el Teatro Cervantes y “aunque todos están en las faenas del campo, se llenan los locales y la calle; éxito enorme. ¡Parece mentira, esta inmensa popularidad mía!; el pueblo es todo mío y me adora. Nunca, dicen, estos salvajes estuvieron tan en silencio. El calvario de tratar con estos ricos miserables y malos que construyen cuarteles de la guardia civil en vez de escuelas, cazurros como bestias, y que hasta intentan expulsarme. La conferencia del teatro me produce 390 pesetas.”
Nadie debe sentirse ofendido por las descarnadas opiniones que Noel vierte en su diario sobre las distintas localidades de Los Pedroches, si acaso, agradecer que hubiese intelectuales valientes que pusiesen sobre el tapete el atraso del país, aunque, como en su caso, eso le granjease más de un boicot a su obra y su vida. Si Noel denomina “salvajes” a los habitantes es precisamente porque le dolía que faltasen las escuelas para que dejasen de serlo; él mismo reconoce que donde él habla, un intelectual, un hombre culto, aquellos “salvajes” acuden en masa a beber en su fuente de sabiduría. Solo nos queda preguntarnos si un siglo después, aquellos Pedroches que visitó Noel, aquella España que intentó regenerar y que acabó por matarle de pena, pobreza y enfermedad, ha dejado ya de ser un lugar inhóspito para las mentes intelectuales que ansiaban la salida del marasmo secular que mantenía paralizado al país. Me gustaría pensar que sí, aunque los telediarios aún nos muestren muchas veces actitudes, llamémoslas, flamenquistas.
Esos fueron las cuatro localidades visitadas por Noel o tres, si se tiene en cuenta que en Pozoblanco fue arrestado y se le impidió dar sus conferencias. En 1936, moría, -mal año, demasiadas muertes-, solo, sin una peseta en el bolsillo, sin la compañía de sus hijos, Eugenio Noel en Barcelona. Un escritor al que algunos, en Los Pedroches, tuvieron la suerte de poder escuchar y quizá, imaginarse en su verbo encendido una vida menos pesada que la que llevaban.
Fernando González Viñas