La luz me habita al nombrarte, pueblo azul: rincón del horizonte y la alegría vestida de tristeza. En tu silencio caben todas las voces que no están, todos los muertos que nunca se alejaron. Vivo en tus calles: tus piedras son mi carne, el aire de tu plaza es mi niñez. Buceo en la lentitud de tus caminos y veo el recodo lento de la Zarza, la paz de la dehesa, el puente gris por el que, antaño, cruzaban los mineros.
Me adentro en tu memoria y toco el cielo, el sol del Verdinal, la lejanía, la lluvia del Juncoso y el crepúsculo esbelto y misterioso de los Poles. A veces soy la torre de tu iglesia, pero me bajo de ella; siento vértigo. Mi alma planea sobre tus tejados. No sé vivir sin ti. Lo reconozco. Tú eres mi casa, mi felicidad. Si no hubiera nacido en tu regazo, no sentiría el amor de tus esquinas ni tus ermitas serían mis pulmones.
Alejandro López Andrada
De su columna «El Zaguán» en «Cuadernos del Sur»
Se podrá decir mas alto, pero no mas bello. ¡Me lo guardo!.
Visto desde la lejanía… es emocionante leer sobre mi pueblo.
Es precioso!!
¡Qué bonito Alejandro!
Te copio cambiando algunas cosillas: «…el aire de tu plaza es mi niñez…»; «…si no me hubiera criado en tu regazo, no sentiría el amor de tus esquinas…»
Así lo siento, me lo haces sentir con tu poesía.
Se está haciendo justicia: Eres «poeta» en tu tierra.
Alejandro:
Tengo la impresión de que cada día escribes mejor, más limpio y más suave.
Un abrazo
Agustín Caballero