Antonio Colinas escribe sobre Alejandro López Andrada

Enviado para la presentación en Madrid de «Las voces derrotadas»:

Un nuevo libro de mi admirado amigo Alejandro López Andrada, afortunadamente reconocido, premiado. Un libro que une el nombre de su autor al de otro poeta cordobés que los dos mucho admiramos: Ricardo Molina. Todo un cruce fértil de signos. No podría hablar de este último y puro libro de Alejandro sin pensar en el conjunto de su obra, tanto la estrictamente poética como la de su narrativa; o en los libros que rozan fecundamente el ensayo por su cercanía a la antropología, a lo etnográfico.

Lo importante es que siempre, al fondo de su obra se halla el manantial de la tierra que, estando como está sinceramente muy unida a lo rural, está a la vez traspasada de universalidad. Para él parecen haber sido escritas las palabras del gran Miguel Torga: «Lo universal es lo local sin paredes». Todos sabemos dónde se hallan las raíces de una de las obras más personales y unitarias de las últimas décadas: en el propio valle del autor, en Los Pedroches, allá donde se dieron las primeras contemplaciones, esas que son claves para el niño y el adolescente que acabará siendo el futuro poeta.

Como todos los poetas verdaderamente grandes, Alejandro López Andrada tiene una voz inconfundible, de tal manera que uno solo de sus poemas podía ser representativo de esa voz. Y, sin embargo, sus libros de poemas han ido depurándose cada vez más; no sólo para intensificar su inconfundible lirismo, sino a la vez para arriesgarse a dialogar con la realidad más viva. Hay, pues, una evolución en los temas, pero sin renunciar nunca a su personalidad, a su sencillez expresiva, a su pureza decantada, a su mundo.

Sí, Alejandro y su valle de Los Pedroches. De él, con sus pájaros y plantas –en su «dehesa iluminada»– ha hecho un microcosmo que goza desde símbolos hoy olvidados, pero tan necesarios, como son los de la soledad, los silencios, los paseos, las ruinas de las minas y la curva de los ruiseñores, la ermita y su nido…

Y las gentes de ese valle, las que mejor revelan el humanismo que también late en sus obras. Nada sería su valle y la obra de Alejandro sin sus gentes, las de ayer y las de hoy, las de los pueblos del valle, las de sus amigos y seres queridos.

Algún día se comprenderá que la palabra de Alejandro López Andrada va a ser, es ya, «palabra en el tiempo», es decir, duradera. Con esta expresión machadiana quiero estar hoy especialmente cerca de su libro y de su persona.

Se da luego algo en Alejandro que tampoco es usual en nuestros días: es una buena persona. No es fácil la fusión entre obra y vida en el mundo literario. En López Andrada tiene la poesía española de hoy a uno de los ejemplos más sinceros y altos.

Antonio Colinas

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