Pregón completo de Semana Santa 2016, a cargo de María Isabel Gómez Salado

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En primer lugar, GRACIAS a Dios por permitirme estar esta noche aquí y poder proclamar este pregón.

A nuestro Párroco D. José Ángel, a los miembros del Consejo de Hermandades, a la Sra. Alcaldesa y a todas las autoridades por su presencia en este acto.

GRACIAS y mucho más a MARIA JOSÉ, por sus amables palabras de presentación, por su inmediata disposición, por su tiempo y dedicación, y sobre todo por cuanto me ha demostrado con su continuo apoyo durante la preparación de este pregón.

GRACIAS a todos los que me estáis escuchando, porque con ello demostráis que aún quedan personas con mucha moral y paciencia. Espero y deseo que entre mis sencillas palabras, encontréis algún detalle que merezca y sepa agradecer vuestra presencia esta noche aquí.

Y mi especial y doble agradecimiento a quienes me han confiado pregonar nuestra Semana Santa.

– Por un lado, agradecida por el honor que ello representa, porque aunque mi primera reacción fue de una mezcla de cobardía e indecisión, luego sonó esa voz interior que me pedía que reflexionara, que tranquilizara mi corazón, calmara mi ánimo y que, asumiendo mis carencias, venciera mis temores para permitir que mi fe me aportara el valor suficiente para proclamar la vida, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y de cuanto podemos aprender del sentir de su Madre «La Virgen María».

– Y por otra parte, agradecida porque todo el tiempo que he dedicado a la preparación de este pregón, ha resultado maravillosamente enriquecedor y me ha permitido aprender, meditar y reflexionar sobre cuestiones que antes me habían pasado desapercibidas y que han servido para fortalecerme como cristiana.

Casi todos los aquí presentes me conocéis, soy una más como vosotros, con bastantes defectos y alguna virtud, hija de Dios y de María y hermana vuestra, mujer que de lo que más orgullosa se siente es de llamarse y sentirse cristiana. Mi mayor deseo es ser capaz de demostrar ese sentimiento, aunque soy consciente de mis muchas debilidades. En el convencimiento de que Dios Nuestro Padre me ama tal y como soy, intento ir corrigiéndome y pido perdón por todas las veces que no lo consigo.

Quiero comenzar recordando una pequeña historia que quizás algunos ya habréis escuchado, y que nos invita a salir al encuentro de Dios y del prójimo.

Se trata de la historia del barbero y Dios.

Habla de un hombre que acudió a una barbería a cortarse el pelo y entabló conversación con el barbero. Dialogaron de varias cosas hasta que surgió el nombre de Dios y el barbero manifestó que no creía que Dios existiese, porque de ser así, no habría ni tanto sufrimiento ni tanto dolor en la humanidad; Dios no permitiría todas esas cosas.

Entonces, a través de la ventana el hombre se fijó en un vagabundo, y dijo: «Los barberos no existen».

De inmediato el barbero le contestó que sí; él estaba allí, y era barbero.

El hombre le indicó que si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga y desarreglada como la de ese hombre que iba por la calle.

El barbero le contestó que lo que pasaba es que esas personas no venían hasta él para que pudiera cortarles el pelo y arreglarles la barba.

Esa es la cuestión. Dios SÍ existe, lo que pasa es que las personas no van hacia Él y no le buscan. Por eso hay dolor y miseria.

Sólo hay que acercarse a Él para poder sentir y recibir su amor y protección.

No es necesario aclarar ni reflexionar mucho sobre esta historia, pero lo que si resulta evidente es que, en estos tiempos en los que la actualidad pasa más por centrarse en lo material y en lo mundano, no es difícil encontrarse con personas que nos manifiestan abiertamente su postura hacia una sociedad donde se aparquen los signos y valores de nuestra religión.

Desde el más íntimo convencimiento de que Jesús y de cuanto representa nos empuja y ayuda a ser mejores en cada uno de los aspectos de nuestra vida, me sorprenden y preocupan aquellas voces que señalan, argumentando una mejor educación y una respetuosa libertad religiosa, la necesidad de retirar los símbolos como la Cruz de todos los lugares educativos, edificios públicos, etc.

En relación a esta predisposición, que sólo consigo comprender de quienes no se han acercado a conocer a Jesús, os transmito lo que respondió alguien que se siente cristiano ante la indicación de retirar los símbolos religiosos de su puesto de trabajo:

«Mi respuesta a cuanto me pedís es la siguiente: no voy a descolgar ninguna Cruz ni voy a pretender que nadie lo haga. Porque creo en Dios y porque soy católico. Porque tengo reverencia por la Cruz de Cristo, que fue crucificado por los hombres siendo el más inocente de los condenados. Porque Jesús representa la fe mayoritaria y la identidad de nuestro pueblo. Porque la Cruz no puede ofender a nadie, sea o no creyente; nadie puede sentirse agredido, inquieto, molesto o discriminado por su presencia. Porque contrariamente a lo que puedan suponer o creer, la presencia de la Cruz es símbolo de piedad, de consuelo, y de misericordia; es símbolo de que quienes se encuentran frente a ella, tienen Santo temor a Dios y devoción por Jesús, y por ello actuarán con la mejor voluntad, tal y como Él nos enseñó».

Ante estas situaciones, quiero repetiros lo que les digo siempre a mis hijos cada Semana Santa, «NAZARENO hay que ser durante todo el año».

Les intento explicar que la palabra Nazareno fue con la que inicialmente se señalaba a quienes hablaban de Jesús, ese predicador que venía de Nazaret; era el nombre con el que se identificaba a los primeros hombres y mujeres que seguían a Jesús.

Que no puede, ni debe bastarnos con decir que somos creyentes y que conocemos quién es el Hijo de Dios. Que ser Nazareno es, nada más y nada menos, que convertirnos en verdaderos seguidores de Cristo, de sus enseñanzas y de cuanto nos ha prometido tras su resurrección, reconociendo su presencia en nuestro día a día.

Como aquellos primeros seguidores de Jesús, hemos de demostrar y transmitir la verdad de nuestra fe y contagiar esa felicidad que nos invade cuando nos reconocemos como Cristianos.

En este sentido el Papa Francisco nos pide que seamos valientes, y nos recuerda que la fe no se puede comprar, se trata de un don que cambia la propia vida.

Así pues, desde el mayor respeto y recordando que Dios que tanto nos ama, nos hizo libres para escoger nuestro camino, quiero hacer mía una afirmación de la Madre Teresa de Calcuta que decía «Amo todas las religiones pero sólo estoy enamorada de la mía».

Bajo mi humilde opinión, entiendo que la celebración de la Semana Santa, además de reafirmarnos en nuestro sentir de cristianos, tiene que servirnos para ser capaces de acercarnos a quienes por unas razones u otras, se muestran reticentes a conocer el significado de todo lo que representó la vida, Pasión y Resurrección del Hijo de Dios.

Es la oportunidad para mostrar cuáles son las bases de nuestra fe, y para ello resulta muy importante tener una adecuada formación cristiana.

Quisiera recordaros a todos que para vivir adecuadamente estos días que se acercan, ahora nos encontramos en tiempo de Cuaresma, ese periodo que abarca desde el Miércoles de Ceniza hasta la tarde del Jueves Santo y en el que a través de las liturgias que nos hablan de la conversión, el pecado, la penitencia y el perdón, ha de servirnos de preparación y de alimento para fortalecer toda esa fe que queremos proclamar en estos días.

Tiempo de preparación que pasa por las confesiones, ese momento del arrepentimiento en el que Jesús nos recibe sin acusaciones ni recriminaciones, sino con amor y perdón, para que podamos vivir una Semana Santa en la que hagamos nuestra su Pasión.

Tiempo en el que nuestras Hermandades celebran sus Quinarios a Nuestro Padre Jesús Nazareno, a la Virgen de Los Dolores y al Santísimo Cristo de la Salvación. Unos cultos en los que deberíamos participar más, tanto por su valor religioso como por ser una tradición que con el esfuerzo de todas las hermandades se sigue manteniendo en nuestro pueblo. Ojalá que las generaciones venideras sepan valorar y cuidar estos ejercicios que a través de la Palabra de Dios, sirven a todos los cofrades de meditación y preparación.

Y con todos estos pensamientos, sólo me cabe expresar toda la admiración que siento por la Semana Santa de nuestro Pueblo.

Seguramente se pueden contemplar otras celebraciones que resulten más llamativas, pero la que os habla, desde que tiene uso de razón, no ha sido capaz de cambiar por otros ni uno sólo de los días de la Semana Santa de Villanueva del Duque.

Estoy convencida de que en ningún otro lugar conseguiría reunir todos los sentimientos que me invaden en estos días en la Semana Santa de mi pueblo.

Es más que gratificante poder comprobar que son contadas las personas que no pertenecen a algunas de las hermandades o que aporten su trabajo y colaboren en la preparación y desarrollo de nuestras celebraciones.

Desde los miembros de las Juntas de Hermandades, pasando por los costaleros, braceros, braceras, nazarenos, voces del coro parroquial, componentes de bandas y agrupaciones musicales, hasta todas esas personas que preparan y adornan nuestra Parroquia y nuestros pasos, expresan su fe sumando esfuerzos para que un pueblo tan pequeño consiga tener una Semana Santa tan grande.

No puedo ni quiero olvidarme de todas aquellas personas que desde su incapacidad u otras circunstancias, rezan y dedican sus oraciones rogando para que todo salga bien y sirva para el fortalecimiento de los que participan con fe en cada uno de los actos de esta Semana.

De igual manera deseo resaltar que todo cuanto hoy vivimos de nuestra Semana Santa, se ha conseguido gracias a la formación que los Villaduqueños hemos venido recibiendo de nuestros mayores, de nuestros catequistas, maestros, y de todos los párrocos que han sabido inculcarnos estas actitudes. Sigamos su ejemplo y entre todos perseveremos para que siga siendo así.

Y en este mismo sentido no quiero olvidarme de hacer mención a quienes, desde dentro o fuera de las directivas, han conseguido que las Hermandades mantengan esa cordial relación que sin duda, engrandecen aún más nuestras celebraciones.

Hechas estas consideraciones, quisiera expresaros como siento cada una de los días de nuestra Semana Santa:

El Domingo de Ramos, día de festividad y alegría, recordamos como Jesús entró triunfante en Jerusalén, y ese mismo triunfo lo celebramos por las calles de Villanueva del Duque con las ramitas de olivo y palmas bendecidas.

En una procesión sencilla y festiva aclamamos a Jesús Redentor como Rey entre los hombres, como un hombre ante Dios.

Y digo que una procesión sencilla como una alabanza, porque desde la aparente sencillez de la imagen de nuestra Hermandad de la «Borriquita», se puede apreciar toda la grandeza del sentimiento que desprende la cara de Jesús subido en su humilde borrica.

Y aunque no para Jesús, que es sabedor de que quienes ese día lo alaban, luego lo crucificarán, es una procesión festiva especialmente para los más pequeños, que con sus túnicas y palmas acompañan a Jesús, en una experiencia que, como me dicen mis hijos, siempre recordarán.

De alguna forma es una catequesis, en la que las madres con cariño y mucha paciencia, se encargan de guiar con disciplina a todos los pequeños que en este día se sienten protagonistas al lado de Jesús.

Gracias a la Hermandad y a todas esas madres, porque esa procesión será para muchos el inicio a ser partícipes activos en nuestra Semana Santa. Desde el ejemplo de nuestra fe y con la ayuda de Dios podremos seguir viviendo y sintiendo todo esto que hoy les estamos expresando.

Aunque el Lunes, Martes y Miércoles Santos en nuestro pueblo no hay celebraciones singulares, y para los Villaduqueños es un periodo de reflexión y preparación, para los hermanos y hermanas de las Hermandades son días especiales en los que se ultiman los detalles de los pasos.

Con la intención de animar a quienes todavía no hayan participado en estas tareas, quiero compartir con vosotros algunos recuerdos imborrables de estos días.

Como sabéis, pertenezco a la Hermandad de la Virgen de Los Dolores. Durante muchos años tuve la oportunidad de disfrutar ayudando a otras hermanas a preparar el paso de La Virgen. Las que lo habéis vivido como yo, habréis sentido todas esas sensaciones que se agolpan al estar junto a la imagen de la Virgen y que desde ese momento se vuelven imborrables. Pequeños detalles como el agua caliente para colocar las velas, extender el manto para quitarle las arrugas, ese armazón de hierro tan pesado que trasladamos cada año, el tornillo que había que apretar para sujetar la imagen, la cajita de alfileres para colocar el encaje que nunca se sabía cómo iba a quedar, todas esas cosas y muchas más para conseguir que nuestra Virgen luciera como se merece, son vivencias que siempre quedarán en nuestro recuerdo.

También siguen presentes en mi memoria la multitud de detalles que se suman en los preparativos de los pasos de las hermandades de Nuestro Padre Jesús Nazareno y el Santísimo Cristo de la Salvación, todos con la intención de agradar a Dios y al mismo tiempo a quienes disfrutaremos viendo el resultado de sus esfuerzos en sus respectivas procesiones.

Innumerables recuerdos que no puedo ni quiero dejar de agradecer, porque todas esas vivencias han marcado mi forma de sentir y mi forma de vivir.

Esas vivencias son las que me han dado fuerza y valor para que esta noche pueda estar aquí entre vosotros intentando hacer una reflexión en voz alta, abriendo mi corazón para recordaros que Jesús vivió, padeció y murió por todos los hombres para poder salvarnos del pecado; que resucitó y venció a la muerte porque era Dios, y que vino para quedarse junto a nosotros en la Eucaristía, donde siempre lo vamos a encontrar si estamos dispuestos a recibirlo.

Iniciaremos el Triduo Pascual con la celebración de los oficios del Jueves Santo, donde todos los fieles unidos nos disponemos a recordar y celebrar la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Una conmemoración muy especial para los doce hermanos más antiguos de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Salvación, que serán partícipes de la enseñanza de humildad en el ritual del lavatorio de pies, y tendrán el privilegio de sentir todo el amor de Jesús a través del abrazo de nuestro sacerdote.

Con su ejemplo nos enseñó y nos dejó su mandamiento nuevo «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Con ello recordaremos que éste es el día de la entrega y de la institución al servicio de los demás.

El Hijo de Dios ya sabe que ha llegado su hora y obedeciendo al Padre, se entrega a la muerte para redimirnos de nuestros pecados.

Terminada la celebración de los Santos Oficios sin la bendición final, el Santísimo se traslada hasta el Monumento que tan cuidadosamente y con tanto esmero y devoción le han preparado quienes sin hacerse notar, también suman sus esfuerzos a nuestra Semana Santa.

Darán comienzo los primeros turnos de vela ante el Santísimo;   Irán acercándose los Nazarenos y Nazarenas que se reunirán en la Parroquia para rezar juntos el Santo Rosario y dar inicio así a su estación de penitencia.

MARCHA BANDA DE TAMBORES Y CORNETAS DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA SALVACIÓN.

Llegará la hora de la procesión, ese momento donde más sentimientos se agolpan. A la puerta de la Parroquia los nervios florecen en las caras de los costaleros y de los miembros de la Agrupación Musical.

Los costaleros emocionados porque, tras algunos ensayos con un paso cargado únicamente con algo de peso, por fin, durante esta noche, van a recibir el privilegio de ser los pies de Jesús Nazareno. Sentirán orgullo y esa mezcla de sensaciones indescriptibles que harán que su esfuerzo, transformado en sudor y dolor, se convierta en el dolor más agradecido que hayan sentido. Sus cuellos se llenarán de fe y sus hombros de agradecimiento, porque son conscientes de que hablando de dolor no hay ninguno que iguale el que «su Nazareno» sufrió por todos nosotros.

Los componentes de la Banda Infantil de Tambores y Cornetas y los de la Agrupación Musical de Nuestro Padre Jesús Nazareno empiezan a colocarse en formación.

Los jóvenes de la Banda Infantil se llenarán igualmente de orgullo y satisfacción, porque van a ser los encargados de acompañar a la Cruz de Guía y sus canciones serán las que den comienzo a la procesión. Intentarán concentrarse más que nunca porque saben que es su momento y que toda la gente que se ha congregado en la Plaza no perderá detalle de su primeros compases.

Los Nazarenos, con su túnica morada igual que su Padre y con su capa blanca, comenzarán a andar con ese cirio encendido que será símbolo de la luz de su fe y que iluminará el camino que habrá de recorrer Jesús.

Irrumpirá el sonido de las marchas que solo la Agrupación Musical interpreta de tal forma que los corazones se sitúan junto al oído y hacen que Jesús Nazareno se eleve hacia el cielo apoyado en los hombros de sus costaleros.

En el momento en que más significado tiene su nombre, porque no pueden existir mayor dolor que el de ver padecer a un hijo, seguirá detrás de Jesús, nuestra Madre la Virgen de Los Dolores. Con su dulce cara, donde se mezclan la hermosura y el sufrimiento, irá vestida con su manto morado y llevará en sus manos la corona de espinas y los clavos de Cristo.

Le acompañaran sus nazarenas vestidas con la túnica blanca y la capa morada, y todos aquellos fieles que rememorarán el camino que Jesús recorrió desde el Pretorio hasta el Calvario.

Durante el recorrido habrá multitud de ojos que miren absortos a Jesús y a la Virgen y se escucharán las voces de quienes expresan su sentir hecho saeta.

Ya de vuelta en la Parroquia, el paso de Jesús Nazareno, con su imagen inconfundible y en un momento sobrecogedor, se acercará emocionadamente hasta su Madre transmitiéndole el agradecimiento por haber sabido estar a su lado durante su pasión.

Terminaremos este día con la celebración de la Hora Santa donde podemos encontrarnos con Jesús a corazón abierto. Meditaremos sobre su sufrimiento y también sobre su infinito amor.

Acompañados por el silencio y el recogimiento nos acercaremos hasta situarnos frente al monumento. En esos momentos nos podríamos preguntar:

PENITENTE ¿TÚ QUE SIENTES?

¿QUÉ LE HABLAS A JESÚS?

¿QUÉ PASA POR TU MENTE?

PORQUE AHÍ SÓLO ESTÁS TÚ.

PENITENTE ¿TÚ QUE SIENTES?

CUANDO VELAS A JESÚS

LE RECUERDAS A TU GENTE

O LE PIDES POR TUS HIJOS,

QUE SIEMPRE VEAN TU LUZ.

NO HAY PALABRAS QUE DESCRIBAN

LO QUE SE SIENTE AL VELAR.

ES HABLAR CON DIOS A SOLAS,

ES SENTIR LA SOLEDAD,

ES PEDIR PERDÓN A DIOS

Y APRENDER A PERDONAR.

ES ENCONTRARSE UNO MISMO

CARA Y CRUZ CON LA VERDAD.

             En las primeras horas de la mañana, si cabe con mayor silencio y recogimiento, se vivirán más intensamente los turnos de vela y entraremos de lleno en el Viernes Santo un día que, aunque se nos antoje triste por la muerte de Jesús, debemos vivirlo con agradecimiento; es el día del amor, porque sabemos que Jesús se ha entregado por nosotros en un acto de inmensa generosidad.

Hemos de sentirnos sabedores de que la Cruz de Cristo es la fuente de salvación de nuestros pecados. Mirando esa Cruz podemos afrontar esos momentos no tan agradables que a todos nos tocan vivir.

Esto es lo que podemos percibir en la celebración del Vía Crucis, acto al que os invito a participar porque a través de esas catorce estaciones tomaremos conciencia de cómo Jesús abrazó esa Cruz, y acompañándolo en su dolor podremos regocijarnos aún más en nuestra fe.

Llegará la tarde y aunque ya no suenen las campanas, en señal de duelo por la muerte de Jesús, todos sabremos la hora en que celebraremos la «Liturgia de la Pasión del Señor».

El Sacerdote se postrará rostro en tierra, recordando la agonía de Jesús, y los fieles nos arrodillaremos en silencio.

La Liturgia de la Palabra proclamará la pasión según San Juan y terminaremos con la «Oración Universal».

Rezaremos con más emoción el Padre Nuestro, y aunque omitiremos el saludo de la Paz, tendremos la maravillosa oportunidad de adorar la Cruz de Cristo. Recibiremos la Comunión con las Sagradas Formas reservadas en el Monumento el Jueves Santo.

MARCHA BANDA DE TAMBORES Y CORNETAS DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA SALVACIÓN.

Los braceros y braceras y los componentes de la Banda de Tambores y Cornetas del Santísimo Cristo de la Salvación, se preparan para dar comienzo a la procesión.

Vestidas con la túnica y capirote negros que visten en señal de luto todos los miembros de su Hermandad, unas mujeres valientes cargarán sobre sus hombros con el paso donde se encuentra el Crucificado. Son el mejor ejemplo de que todos tenemos que abrazar la Cruz, cargar con nuestros agravios y buscar a través de la fe el camino que hemos de seguir.

Los nazarenos, a veces confundidos con la oscuridad de la noche, encontrarán en sus cirios la llama que alumbre sus pensamientos y meditaciones. Los habrá que nos emocionen al ver sus pies descalzos o al cargar con la Cruz, penitentes anónimos que ofrecen su sacrificio al igual que lo hizo Jesucristo.

Los hermanos más antiguos, en un acto de respeto a nuestras anteriores generaciones, vestirán sus capas de cuellos engalanados y portarán sus grandes faroles resplandecientes por la fe experimentada de quienes los llevan.

La banda de tambores y cornetas, conseguirá que no quede ni un sólo rincón donde no lleguen los sonidos de esas marchas que mezclan el duelo y el sentimiento de esperanza.

En una imagen a la vez sencilla y majestuosa, cuatro nazarenos cargarán sobre sus hombros con la Veracruz.

Con su repicar ronco, retumbará el tambor que marca el paso del Santo Sepulcro, que escoltado con rectitud y con el acompasado y solidario caminar de sus braceros se eleva a las alturas para querer acercar a Jesús hasta el Padre.

Nuestra Madre la Virgen de Los Dolores aparecerá vestida de luto para acompañar al Santo Entierro. En sus manos llevará el Rosario y el pañuelo para enjugar las lágrimas que siguen brillando en su inigualable rostro. Le acompañaran fieles que rezan, piden y agradecen, y recorrerá el camino precedida de sus hijas que con sus mantillas y vestidos negros, su rosario y sus velas de cera, quieren dar consuelo a su corazón.

A todos nos resultará inevitable quedarnos mirando esos detalles, que por ser de color blanco, contrastan con el resto de la procesión. Esa reluciente sábana blanca sobre la que reposa el cuerpo inmóvil de Jesús, y ese encaje que rodea la cara de nuestra Virgen y que hace inevitable recrearse en la ternura de su rostro.

Al terminar la procesión del Santo Entierro, la Virgen se quedará esperando que llegue la medianoche. Entonces volverá a salir en procesión por las calles que antes había recorrido detrás de su Hijo.

Quienes la acompañan lo harán conscientes de que el silencio, respeto y recogimiento son la mejor actitud para estar al lado de María en esos momentos en los que se mezclan la soledad y el dolor de una madre, con la esperanza de la prometida resurrección de su hijo.

Y llegaremos al Sábado Santo, que es el día del silencio, el día para profundizar sobre la ausencia de Jesús; el altar estará despojado, el sagrario abierto y vacio.

Meditaremos y al llegar la noche nos acercaremos a la Parroquia con un espíritu renovado. Vamos a celebrar la Vigilia Pascual, nos encontraremos las luces apagadas hasta que se encienda el Cirio Pascual grabado con las letras alfa y omega, que simbolizan que Jesús es el principio y el fin del tiempo, y proclamaremos al Hijo de Dios como el fuego nuevo.

Seguidamente la Liturgia de la Palabra hará un recorrido desde la Creación hasta llegar a la Resurrección, donde se nos recuerda que Dios nos salva a través de Jesús.

Recordaremos que somos parte de la familia de Dios al renovar nuestras promesas bautismales, y también confirmaremos nuestra entrega a Jesucristo.

Las inconfundibles voces de nuestro Coro Parroquial, que nos acompañan durante toda la Semana Santa entonando canciones que nos hacen vivir con más sentimiento cada celebración, nos regalan este día el momento más emocionante de la celebración al cantar el Gloria.

Estamos en el día más importante de todo el triduo pascual, porque Jesús ha resucitado. Celebramos la Pascua con Él por las calles de nuestro pueblo.

Una de las bandas de nuestras Hermandades se encargará de alabar al Resucitado con canciones de sonora alegría.

La imagen de Jesús, encontrándose con el Padre en su mirada hacia el cielo, caminará con paso firme e irá a reunirse con su Madre. La Virgen de Los Dolores lucirá radiante; esta noche las lágrimas son de alegría y en sus manos llevará una flor.

Con lo que conocemos como «quema del Judas», celebraremos el triunfo de la verdad de la Resurrección de Jesús y con este sentimiento de alegría festiva por todo lo vivido, llegaremos al Domingo de Pascua para festejar la Resurrección de Jesús.

MARCHA BANDA DE TAMBORES Y CORNETAS DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA SALVACIÓN.

En este año que celebramos el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco nos lanza un mensaje en el que propone a María como icono de una Iglesia que evangeliza y es evangelizada. La misericordia está estrechamente vinculada con las entrañas maternas y con una bondad generosa, fiel y compasiva.

Como mujer, como madre, y como hija de la Hermandad de la Virgen de Los Dolores, me gustaría dedicarle unas líneas a nuestra Madre la Virgen María, especialmente porque entiendo que Ella desempeñó un papel muy importante durante la Pasión de Cristo.

En los relatos del evangelio escrito por San Juan, conocido como discípulo predilecto de Jesús por su relación más cercana, podemos ver una visión más profunda de esos dos acontecimientos, la Muerte y Resurrección de Jesús.

San Juan es el que nos narra la presencia de María a los pies de la Cruz, cuando Jesús les encomienda a la Virgen «Aquí tienes a tu hijo», y al propio Juan «Aquí tienes a tu Madre».

Ante esa perspectiva de la presencia de María en esos momentos, podemos comprobar como Dios vuelve a pedir a la Virgen que consintiese, en un principio lo hizo en Nazaret y ahora vuelve a hacerlo ante la muerte de Jesús en la Cruz, pidiéndole a María que estuviese dispuesta a entregar a su hijo.

Se puede decir que pensar que a María le arrebataron a su hijo es una verdad a medias, porque Ella también lo entregó.

Aunque como Madre hubiera sido entendible, la Virgen nunca quiso apartar a Jesús del camino que el Padre le tenía reservado. María asumió el designio de Dios para su hijo Jesús, y obedeció.

Lejos de interponerse o intentar alejar a Jesús de la Cruz, fue una ayuda y un consuelo para entregarse al designio de la redención. María subió a ese monte para asistir y consentir en la muerte de su Hijo.

Dios puso a prueba a María en el Calvario para descubrir lo que Ella llevaba en el corazón, y pudo comprobar que María, aún con el drama que estaba viviendo, conservaba intacto ese Sí incondicional, «Aquí está la esclava del Señor» «Hágase en mí según tu palabra»

Ojalá que Dios encuentre en nosotros esa misma respuesta, y que seamos capaces de decirle; «Señor tú lo sabes todo, hay veces que no te comprendo pero me fio de Tí más que de mí mismo». Seamos capaces de abrir nuestro corazón para que se pueda hacer la voluntad de Dios.

SALVE A LA VIRGEN MARIA

         San Juan también relató en su Evangelio, con esa visión más íntima, la Resurrección de Jesús.

En ese relato se puede descubrir que María fue, sin ninguna duda, la que más disfrutó el momento de la Resurrección, porque fue la que lo estaba esperando.

Ese Sábado, la mayoría de los discípulos se sintieron desesperados y se marcharon.

Resulta impresionante recordar ésto, la fidelidad de María en el momento de la prueba.

Y aunque es cierto que los Evangelios no cuentan ese encuentro de Jesús y María, es evidente que Cristo deseaba ese encuentro con su Madre, porque sin la fidelidad de la Virgen no hubiese sido posible ese momento, si no hay quién espera, Jesús no llega, Él viene en la medida en que lo esperamos, y la esperanza de la Virgen fue clave en La Resurrección.

Podemos imaginar a Jesús dándole las gracias a su Madre en un abrazo, agradeciéndole su fidelidad, porque Ella había sabido quedarse sola y había sabido esperarle.

De la misma forma nos abraza Jesús Resucitado por la fidelidad que le tenemos en nuestra vida. Aunque nos traten de seres raros por nuestras creencias o por sentirnos orgullosos de nuestras convicciones cristianas, Jesús siempre nos lo va a saber agradecer.

Quisiera terminar recordando una cita de San Pablo que decía que «la fe entra por el oído». Desde otro punto de vista, yo quiero entender que también lo hace por los ojos, y que la fe, como tantas otras cosas, en cierto sentido, se «contagia».

Recientemente he recibido un mensaje que decía «La palabra convence, pero el ejemplo arrastra»; Los que nos sentimos seguidores de Jesús tenemos la responsabilidad de transmitir sus enseñanzas y lo que es más importante, de intentar ponerlas en práctica en nuestro día a día.

De ahí mi deseo de que esta Semana Santa sirva para contagiar a quienes nos visitan y descubran a través de nuestras celebraciones un mensaje de fe viva.

Con la certeza de que esta Semana Santa nos servirá a todos para reafirmarnos y encaminarnos como verdaderos seguidores de Cristo, demostrando sentirnos orgullosos de ser cristianos y de transmitirlo.

Y sobre todo, con el deseo de que esta Semana Santa sirva a los más pequeños y especialmente a los más jóvenes, para que puedan descubrir esa fe portadora de esperanza que nos dejó Jesús, sólo me queda pedir que Dios nos conceda a todos crecer en el conocimiento interno del amor de Cristo, que entregó su vida por nosotros, y que cuando terminemos de sentir y disfrutar esta Semana Santa podamos desearnos una Feliz Pascua de Resurrección.

¡Así sea!

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